Expresamos nuestro más enérgico repudio a la violencia ejercida este sábado por parte de la Policía de la Ciudad de Buenos Aires contra el diputado nacional Máximo Kirchner cuando intentaba acceder a la casa de su madre, la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner.
No fue algo aislado. Se produjo en el marco de la represión y espionaje ilegal a manifestantes, en un operativo dirigido por el Gobierno de la Ciudad, cuyo jefe es Horacio Rodríguez Larreta. En un hecho de alta gravedad institucional, un opositor, en este caso de Juntos por el Cambio, cercó la casa de la vicepresidenta, en un contexto de feroz persecución e intento de proscripción.
Las agresiones físicas y verbales sufridas por Máximo Kirchner por parte de uniformados de la Ciudad nos alertan sobre el accionar de una Fuerza que cuestionamos desde el inicio, cuando se lanzó públicamente con la dirección del Fino Palacios y que, en adelante, no hizo más que confirmar que la pretendida nueva Fuerza reproducía lo peor de las viejas prácticas policiales.
La persecución a Cristina Fernández de Kirchner se vuelca en su persona y su familia. Sobre su hija Florencia hemos visto, además, que han ejercido muy fuertemente la violencia simbólica. Estas palabras, hija, hijo, nos interpelan de un modo particular a quienes integramos un organismo de derechos humanos constituido desde las historias de víctimas de la desaparición forzada. A nuestras familias también las persiguieron por la militancia. Sabemos de qué se trata. Con las enormes diferencias entre el terrorismo de Estado y este momento, pero con la continuidad de prácticas de la derecha, que siempre elige la violencia sobre quien piensa distinto.