Por Sandra Russo
Escritora y periodista

Cuando a mediados de los ´90 me enteré de que los hijos de los detenidos desaparecidos estaban agrupándose, conociéndose, organizándose para acompañar, desde un nuevo organismo de Derechos Humanos que se acoplara y acompañara la lucha que hasta entonces habían encabezado las Madres y las Abuelas, tuve claro cómo sería el gran fresco de la Memoria, la Verdad y la Justicia en la Argentina.

Eran entonces, muchos, adolescentes que hasta aquel momento no habían activado pero que habían padecido como víctimas los asesinatos y los secuestros de sus padres. Juntos, parieron H.I.J.O.S, con esos puntitos que al principio incomodaban a los redactores de los diarios, pero mucho más a los represores que por entonces gozaban de una impunidad insoportable.

Fue recién en aquel momento que la lucha por la Memoria cobró un vigor imparable, porque estaba claro que la exigencia por la Justicia -que solo sería posible a través del conocimiento de la Verdad histórica- se había constituido en una posta generacional que no tendría final hasta que aquellos miles de crímenes fueran juzgados y condenados.

Así, como lo hicieron ellos, fueron en todas partes y siempre las luchas de los desarmados contra los armados, de los portadores de una necesidad vital y política contra los que en los climas de impunidad se creyeron intocables. Y así siguen siendo las luchas de los pueblos: transgeneracionales, colectivas, cohesionadas, incansables. La Argentina le debe a esa posta de abuelas, madres, hijos y hermanos que unificó el pedido de Justicia, ser el único país de la región que finalmente llevó al banquillo de los acusados, con todas las garantías que no habían tenido sus miles de víctimas, a los seres aberrantes que fueron responsables del peor de los delitos: a los asesinatos le sumaron las desapariciones, impidiendo los duelos, impidiendo además la certeza de lo que había pasado con sus seres queridos.

Siempre estaremos en deuda con quienes reconvirtieron ese trauma en lucha, y lograron que su dolor y sus infancias trastocadas por la falta de sus padres o madres hayan hecho a este país un ejemplo de esa Memoria que ya nadie puede negar sin revelarse apologista del horror.